ARREBATOS ALÍRICOS

Me fui sobreviviendo como pude

(José Luis Piquero)


sábado, 5 de diciembre de 2015

Ana Llurba: en la soledad sin fin de la vida adulta

ESTE ES EL MOMENTO EXACTO EN QUE EL TIEMPO EMPIEZA A CORRER


(Ana Llurba.
Ediciones de la Isla de Siltolá.
I Premio de Poesía Joven Antonio Colinas)

El I Premio del I Certamen de Poesía Joven Antonio Colinas es un libro breve y brillante, de apenas 24 poemas divididos en tres epígrafes de nueve, ocho y siete textos cada uno.

En ellos, da tiempo más que de sobra para darse cuenta de que estamos ante una voz propia, cultua, posmoderna, femenina, con ternura y mala leche que ha leído mucho y sabe perfectamente lo que quiere decir (y callar). Ana Llurba es también editora de Honolulú Books, donde ha ido publicando a autores interesantes como María Yuste mientras ella, se nota, iba escribiendo, sin prisa, y corrigiendo, sin pausa, un poemario inicial y maduro que nos deja tan satisfechos como con ganas de más. Pero llega el momento de centrarse en el libro:
El primer apartado se llama “Un dios salvaje” y va encabezado por una cita de Ingeborg Bachmann que ya advierte de cierta aspereza profunda que, por suerte, se introduce con tanta suavidad desesperada como la de estos versos de acero y vaselina:

(...)No conocer casi nada se parece a saberlo todo
una nueva religión nace
de la nave de mis costillas
con un hombre de dios salvaje
y la piel del mar durmiente
lo arrastra hacia la orilla
como la ignorancia
en su eterno tránsito a la experiencia

También merece ser destacado el poema “Volver al futuro”, con ese guiño freak a Marty McFly. de cuya epopeya futurista se acaban de cumplir treinta años, justamente la barrera que, ya traspasada pero nunca superada, parece obsesionar a Ana Llurba tanto como nos obsesionó a todos:
una vez viajé al pasado
para evitar que mis padres se conocieran
y en una fiesta californiana
le di besos con lengua a mi madre
(...)
yo quería anidar en su cerebro
así ella dejaría de ser solo mi madre
para convertirse en una célebre poeta lesbiana
con ojos color fiebre, belleza convulsa
y una fragilidad disfrazada con excéntricas puestas en escena

Pero si hay un poema especialmente generacional, ya desde el mismo título es “El espíritu de mi época” y la autora logra la identificación de todos los adolestreintañeros escribiéndolo exclusivamente en una primera persona del singular que, quizá, somos todos sin ser nadie:

un testigo de lo que sucede
cuando no sucede nada
y nada
no es la muerte
oscura y gloriosa
separación del cuerpo y el alma
sino el desencanto
esa medalla romántica que ahora habita
en sus ojos.

Ese ansia de adscripción, de identificación en un grupo se mantiene en el poema "Ahora" (éramos un puñado de gente dispersa/ después de una batalla perdida/ gesticulábamos nuestra incomprensión/ ante las desventras de este mundo/(...)y hasta nos inventábamos excusas de una manera tan funcional/ que en el Tercer Reich se hubiera considerado artística) y su fracaso queda finalmente asumido en el poema que cierra esta parte, “Cosas que no me importaría olvidar”:

porque sé que ya no soy joven
y por eso he aprendido
que de todas mis actitudes de vanidad y autocomplacencia
como apoltronarme en este sillón de bambú
o convertirme en una experta en la genealogía de las casas reales
simular que no conozco el final
de esas naturalezas muertas con libros 
es lo mismo que esconder
estas delgadas placas córneas
situadas en las extremidades de los animales vertebrados



El autoanálisis del yo, entre cínico y circunspecto, y la asunción del fracaso de encontrarse en la alteridad conducen a la segunda parte del libro, “Teorías de la catástrofe”, que es una resituación en el campo de batalla que supone el mundo y, de nuevo, un catálago de fracasos acumulados, a saber: la falta de pareja estable (“Matrimonio), la no-maternidad (“Introducción al conocimiento a través de la observación de bebés”), la constatación de la existencia de trampas ocultas en la ruina de la rutina (“Conversaciones sobre el tiempo”)... Finalmente, toca hacer balance en “Nuevos reflejos”:

comprendí que no se me pedía otra cosa que adaptarme
a un ritual que ahora me parece hasta humano:
soltera, de novia, casada, viuda o divorciada
así fue como descubrí mi obsesión
por el entrenamiento de las niñas, los boxeadores
y sus estados civiles

Por último, el tercer y definitivo epígrafe, llamado “Una historia personal del miedo”, se abre paso mostrando, como todas las buenas historias, una realidad universal. Aquí parece retomarse la intención más lúdica, pop e irónicamente desesperada del principio, como preparándonos para un aterrizaje suave que nos permita reflexionar con más tranquilidad sobre la caída definitiva e irreversible. Así lo vemos en "Piscinas vacías": (me compraré una camiseta con Jesucristo/ montado en un diplodocus sin dientes/ el abismo de su boca vacía/ al igual que esta piscina abandonada/ es una tumba abierta/ en el fondo de la casa de mi madre/ bostezando la fecha exacta/ del fin del mundo). En “Siesta milenaria (cuando era chica no me gustaba irme a la cama/le tenía demasiado pánico/a la siesta milenaria de la muerte/en cambio ahora mantengo largas conversaciones/malhumorada conmigo misma/para no despertarme nunca a altas horas de la madrugada). O en "Sobrenatural": a veces me pregunto qué pasaría/si me dejara llevar/si me caer en esa oscuridad/donde desembocan los puntitos grises de la pantalla.

Pero, sobre todo, en “Mi vida sin mí”: mientras yo escucho cedés de autoestima/ y olas de mar/ me ajusto el camisón/ con un hilito de piel muerta/ el mismo que nos ata/ a este cuarto de humedades/ en la soledad sin fin/ de la vida adulta.

En definitiva, un Premio de Poesía (no tan) Joven que retrata el tránsito de dejar de serlo con varias piruetas más o menos bruscas y culmina en un aterrizaje suave, profesional y controlado pero que no deja de ser una maniobra forzada y de emergencia al pozo de los treinta y tantos.
En cualquier caso, merece (mucho) la pena el viaje.

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