ARREBATOS ALÍRICOS

Me fui sobreviviendo como pude

(José Luis Piquero)


sábado, 14 de mayo de 2016

EL ARTE DE LA INDIGNACIÓN: el mejor ensayo sobre el 15-M


Se cumplen 5 años del 15-M y quizá es demasiado pronto para extraer conclusiones definitivas, aunque algunos libros han intentado analizar qué supuso la toma simbólica de las plazas. Sin embargo, el mejor que yo he encontrado al respecto es de septiembre de 2012, se llama El arte de la indignación, está coordinado por Ernesto y Fernando Castro y contiene un total de siete ensayos de diferentes autores todavía esclarecedores, necesarios, incluso novedosos.
El primero de ellos está firmado por el propio Ernesto Castro Córdoba, se llama Como una tormenta de verano: alegato contra el privatismo civil y merece, sin duda, ser fusilado aquí:
En este contexto de anomia social, recesión económica y pusilanimidad política, marcado por la reducción permanente de los ingresos de las clases populares, la trituración del tejido asociativo de los trabajadores y la restricción obscena de la participación ciudadana en la toma de decisiones políticas, el antagonismo social hace aparición en Occidente bajo un espectro moralizante: durante el último año la indignación se ha convertido en la tonalidad afectiva insurgente por excelencia.
Con todo, la expresión utilizada (...) no es inocente (...), es, ante todo, el sinónimo de una campaña de marketing auspiciada por los editores del Grupo Planeta.
(...)
Ahora bien, ¿de qué hablamos cuando hablamos de indignación? Aristóteles entiende por justa indignación (en griego: némesis) el término medio entre la envidia que atormenta con los bienes ajenos y el morbo que regocija con los males ajenos, esto es, aquel sufrimiento ponderado que suscita en un hombre razonable la contemplación de una fortuna ajena no merecida. Spinoza recoge la indignación (...) caracterizándola como "el odio hacia alguien que ha hecho mal a otro". Nietzsche matiza que la indignación brota como respuesta emocional ante el carácter absurdo de un sufrimiento que, en tanto constituye una realidad última inexplicable, carece de todo sentido, en última instancia, es un epifenómeno de la moral del resentido que cuestiona el derecho a la felicidad de los espíritus libres.
En nuestros términos, la indignación consiste en la identificación afectiva con un ser sufriente que es reconocido en igualdad de condiciones desde la perspectiva de un espectador que está dispuesto a intervenir en una situación injusta una vez ha canalizado su hostilidad intuitiva hasta el agente moral que constituye la fuente primigenia del sufrimiento.
(...) La indignación es, por tanto, el correlato afectivo de un sentimiento de injustica que brota de la combinación de tres factores, según Jon Elster:
Primero, la situación es percibidad como moralmente equivocada; segundo, ha sido producida intencionalmente y no como el subproducto de una casualidad natural o de la mano invisible de la causalidad social; tercero, puede ser rectificada por la intervención social. Así el sentimiento de injusticia se basa en la combinación de "Debiera ser de otra manera", "Es culpa de alguien que no sea de otra manera" y "Puede lograrse que sea de otra manera". Cuando falta una de las condiciones puede surgir en cambio la envidia o el resentimiento".
(...)
La desobediencia civil se ha convertido, por tanto, en el último bastión de una mayoría social que, a pesar de sentirse disconforme con las medidas del gobierno, no encuentra -ni quiere encontrar- representación parlamentaria. John Rawls, uno de los padres del liberalismo políticio contemporáneo, contempla la desobediencia civil como "una forma de acción política dentro de los límites de la fidelidad al imperio de la ley". (...) Al transgredir la legalidad vigente conforme lo estipulado por las normas de transparencia y visibilidad propias de la publicidad burguesa, los manifestantes que ejercen la desobediencia civil exhiben ante todo una conformidad de base con ciertos principios del Estado de derecho. Por muy agresivas que puedan ser sus intervenciones en el espacio público, estas acciones desesperadas son la manifestación política de un antagonismo latente y de una violencia estructural que subyace bajo la alfombra de la integración social. Según la tesis de Ronald Dworkin, los ciudadanos no están obligados a suscribir una obediencia acrítica de las decisiones tomadas por los gobiernos electos en las urnas, sino que la disidencia es una premisa implícita de la titularidad como ciudadano de un Estado de derecho: "desobedecer la norma que vulnera nuestro derecho es hacer patente que somos sus titulares".
(...)
Mediante el ejercicio de una desobediencia civil que no cuestiona el monopolio estatal de la violencia legítima, una minoría social asume una posición respecto del Estado similar a la que asume el mártir respecto de la herejía: en primer lugar, usurpa el lugar de la totalidad ética al declararse portador de una concepción más elevada de la justicia y, en segundo lugar, escarmienta en sus carnes la concreción de la legislación vigente.
Frente a la reducción del proceso de conformación de la voluntad colectiva a una disyuntiva que da a elegir entre dos opciones mutuamente excluyentes -como viene siendo habitual en los sistemas parlamentarios en boga, cuyo sistema de representación ha quedado reducido al turnismo entre dos partidos mayoritarios-, el pensamiento indignado amplía el campo de batalla, postula la posibilidad de otros cursos de acción, sostiene que hay un mundo por descubrir -o mejor dicho, por recuperar- más allá de las instituciones; afirma contra toda expectativa raciona que hay otra alternativa. La forma lógica de su razonamiento no puede ser sino dialéctica. Ante una disyunción del tipo o Rajoy o Rubalcaba, que restringe el margen de lo que puede ser sometido a decisión a dos opciones mutuamente excluyentes, el razonamiento indignado niego la disyuntiva y cuestiona la propia oposición entre dos polos. Se resiste a participar en la farsa de la oligarquía bipartidista enmascarada bajo el rótulo de la democracia. (...) Dinamita, en resumidas cuentas, el cerco que la Realpolitik y el pensamiento pragmático imponen sobre la acción racional de acuerdo a fines. (...) Una senda que algunos pueden considerar poco realistas o utópica, pero que en realidad está ligada a contextos de intervención en la sociedad muy precisos. 

El segundo ensayo, firmado por un tal Anónimo y llamado Intelectuales: cuerpo y (des)aparición en el 15-M es un artículo necesario que casi parece el anexo perfecto a El cura y los mandarines de Gregorio Morán, que no tardaremos mucho en traer a este blog.

Por su parte, en Un relato épico, Miguel Espigado centra su análisis en la configuración de un mensaje épico que permita la construcción de un héroe colectivo:
A diferencia de la tradicional, que exigía distanciamiento temporal, un aura de idealización, fuentes múltiples y no verificables, etc, la "épica rápida" consiste en adoptar el tono épico para dar consistencia histórica al relato de lo recién ocurrido. (...) El 15-M crea su propio tiempo suspendido, inaugurando un periodo de excepción que interrumpe el flujo de la normalidad dentro de sus dominios, mientras fuera de ellos todo transcurre como siempre. Un activista puede participar en la plaza en un evento embebido de esa aura de actualidad histórica, para luego sentarse en una mesa a comer con sus semejantes (compañeros de piso, padres, esposo), que ignoran por completo al movimiento y continúan aislados en la más pura rutina.
(...) El campo de la batalla real del 15M no serán las plazas, ni las calles, sino la conciencia colectiva, donde las distintas versiones de la realidad se validan, se censuran y lidian entre ellas. (...) se trata de un héroe colectivo, en consonancia con la tendencia del siglo XX: la estatua ecuestre desaparece para dejar paso a los monumentos funerarios con las listas de los caídos. El héroe no es tanto ya quien triunfó y prevaleció, sino quien se sacrificó por el colectivo. (...) La razón de ser de la lucha del héroe siempre será su pueblo, su nación o comunidad.
(...) El 15M empieza a verse empequeñecido por la vorágine del drama español. Algunos piensan que se ha convertido en una vía de escape para canalizar de forma inofensiva el descontento. Para otros, la indignación, simplemente, se ha tornado en depresión.
Con todo, no hay que confundir la derrota simbólica dle 15M, lógica e inevitable dentro de su narrativa, con una falta de logros materiales. Se han procurado una experiencia de politización a generaciones de jóvenes españoles que nunca antes habían participado en la vida pública, y sobre todo, se ha contribuido de forma determinante a que el pueblo interiorice el nuevo estado de las cosas, en su eterna lucha contra las clases dominantes. El 15M ha combatido hasta la extenuación, y su épica es la de los perdedores, aquellos que sí escriben la Historia.
Cierra el volumen Mieux vaut un desastre qu´un désêtre: 25 notas críticas en torno al arte y la política de la insubordinación, de Fernando Castro Flórez, un autor cada vez más lúcido (háganse, si les es posible, con sus últimos ensayos). Vamos a destacar algunas de estas notas:
1. "La sociedad existente no es sino una conspiración de los ricos para conseguir sus propios intereses so pretexto de organizar la sociedad. (...) Así, una minoría sin escrúpulos se rige por la insaciable codicia de monopolizar lo que habría sido suficiente para suplir las necesidades de toda la población". Aunque pudiera parecer una descripción del estado (contemporáneo) de las cosas, en realidad, es una cita de Utopía de Tomás Moro.
2. Con la precariedad convertida en «estado de naturaleza» asistimos a un demencial culto al «emprendedor», esto es, a la retorización apologética del individuo concebido como empresario de sí que no podemos entender de otro modo que como la culminación del capital como máquina de subjetivación. La inseguridad no es sólo una consecuencia no deseada de los altibajos de los mercados sino que, como apuntara Richard Sennett en La cultura del nuevo capitalismo, forma parte del programa del nuevo modelo institucional. Esto quiere decir que en esta burocracia de nuevo cuño la inseguridad no es un acontecimiento sobrevenido, antes al contrario, es algo cuya existencia ha sido buscada.
3. Vivimos una histerización mediática de los mercados y no podemos dar ni un bocado a mediodía sin conocer, al límite del infarto, la subida de la prima de riesgo. Nos hemos vuelto, valga el chiste malo, unos primos idiotizados que no han reparado, como impuso aquella interpelación teatral de Bill Clinton, de que la Cosa (traumática y esquiva) es la Economía.
No hay ninguna razón para poner la esperanza en algo tan delirante o surrealista como «la recuperación de la confianza de los mercados» cuando hemos asistido al despliegue de estrategias absolutamente injustificables como la intervención del Estado para «salvar» precisamente a los bancos que fueron los principales causantes de la fétida burbuja financiera. Y lo más lamentable es que todavía algunos pretendan imponer la mentira brutal de que los mercados son neutrales.
4. Supongo que nadie concederá ya el mínimo crédito a los que negaron la crisis como tampoco a «teóricos» como Guy Sorman, que revelan su impostura cuando afirman lapidariamente que «las cosas serán duras pero la crisis será breve, simplemente es parte del ciclo normal de destrucción creativa a través de la que progresa el capitalismo». Acaso lo que suceda sea únicamente el crudo proceso de desmantelamiento de lo poco que quedaba del llamado Estado del Bienestar pero, de paso, ejecutando una serie de maniobras distractivas que permitan a los culpables de la crisis salir impunes pero con una acrobacia final que posibilita que su escaqueo les devuelva a la sala de máquinas para continuar manejando el timón del barco, todo hay que decirlo, estructuralmente a la deriva. (...)

8. El Estado movilizador tiene que evitar, a toda costa, que se produzca una masiva deflación de las emociones, la campaña no debe cesar, sin por ello dar espacio al asamblearismo «indignado». (...) Lo real ha sido excluido en el imperio del simulacro pero, a pesar de las implosiones retoricadas por Baudrillard, la Guerra del Golfo sí tuvo lugar, el cadáver del terrorista más buscado no fue fotografiado y la (improbable) revolución del sujeto ideal del reino totalitario no será televisada.
10. El principal producto de la industria capitalista moderna y posmoderna son, precisamente, los residuos. «Somos –apunta Jacques-Alain Miller– seres posmodernos porque nos damos cuenta de que todos nuestros artefactos de consumo, estéticamente atractivos, acabarán convertidos en deshechos, hasta el punto de que transformarán el planeta en una enorme tierra baldía. Perdemos el sentido de la tragedia, concebimos el progreso como irrisorio». Hemos soportado, durante demasiado tiempo, la presión política para que no pase nada y la labor (policíaca) de hacernos circular (por favor o sin tantas consideraciones) porque «no hay nada que ver», hizo que nos instaláramos en una calma chicha lamentable. En cierta medida estaba interiorizada la consigna proto-punk de que no hay futuro. Cuando la esfera de la representación política se cierra queda claro que el presente no tiene salida. Y, más acá de toda la lógica de las bienaventuranzas y sus «derivados» (anticipatorios de la economía burbujeante y estructuralmente estafadora), lo que conviene es tener en cuenta que el tono apocalíptico puede ser sometido a una transvaloración: si los majaderos intentan ofrecer soluciones que son desmentidas en el acto, los nihilistas cabales al menos recuerdan, como apunta el Comité Invisible en La insurrección que viene, que «el futuro ya no tiene porvenir». El resto (sea esto lo que sobra o lo que falta) hizo acto de presencia en la insubordinación que comenzó en la primavera del 2011 para extenderse desde la plaza Tharir a la Puerta del Sol. Algunos, apresuradamente o de forma desnortada, calificaron a los indignados como «antisistemas residuales», jovenzuelos situados en las antípodas de la rebeldía setanyochista, agitados por un deseo casi perverso: querrían conservar y entrar en el Estado del Bienestar, amaban la jaula de hierro burocrática, anhelan un trabajo estable y un futuro en el que la incertidumbre quede disipada. Solo el periodismo genéticamente majadero o el ensayismo de vocación tertuliana puede tergiversar una dinámica de antagonismos que tiene claro que la promesa funcionarial ha desaparecido y que la situación es, lisa y llanamente, de completa precariedad. Nadie esperaba nada y, sin embargo, ocurrió algo decisivo. La spanish revolution no es, ni mucho menos, un invento mediático, ni una mera smart mob; la indignación y la protesta global ha llegado a ser el «person of the year» para la revista Time pero eso no quita ni un ápice de radicalidad al acontecimiento indignado que surge, entre otras cosas, de la certeza de que la democracia ha terminado por adoptar la forma de una sustracción de una huida, de un éxodo lejos de la soberanía. Negri y Hardt han meditado sobre la condición planetaria de la crisis de la representación y la corrupción de formas democráticas y han insistido en la necesidad de que la multitud, en tanto que libre expresión de singularidades, sea el poder constituyente. 
El PDF completo de la obra se puede descargar desde este enlace, aunque recomiendo que adquieran la exquisita edición de Delirio, accesible desde aquí.

2 comentarios:

  1. mil gracias por comentar y "celebrar" este libro que no es otra cosa que un intento de estar cerca de los acontecimientos. Cinco años después todavía tenemos que pensar y actuar en términos "indignados".

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  2. Mil gracias a vosotros por vuestro libro: el intento que describes no era poca cosa y, encima, salió más que bien. Cinco años después hay que seguir pensando y actuando, sin duda, y llegar o volver a este libro es una buena manera de hacerlo.
    Un saludo y gracias por comentar.

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