ARREBATOS ALÍRICOS

Me fui sobreviviendo como pude

(José Luis Piquero)


sábado, 21 de mayo de 2016

Encuentro (accidentado) con Braulio Ortiz Poole


Este año estuve firmando ejemplares de mis obras en la caseta de Ediciones de la Isla de Siltolá de la Feria del Libro de Sevilla. Por miedo a que se me hiciera muy largo el rato y para matar dos pájaros de un tiro, me permití escribir a Braulio Ortiz Poole, comentarle dónde iba a estar y decirle que iba a llevar un ejemplar de su libro Cuarentena, publicado por La Bella Varsovia (que se ha convertido en una lectura de cabecera desde que me lo recomendó Víctor Martín Iglesias), ya que me gustaría tenerlo firmado.

Y es que Braulio Ortiz nació, vive y trabaja en Sevilla, pero nunca habíamos coincidido ni interactuado más allá de los diferentes subrayados que yo realizaba en su libro. Obra que, con contención, humor e ironía retrata la elegante decadencia de la entrada en "Los cuarenta,/ una comarca ya más próxima a la muerte,/ prevención y liturgia (...) Una edad tan solemne/ que es siete años más vieja que un mesías:/ es la edad en que tu padre tenía ya seis hijos".

Pues bien, finalmente estuve firmando más libros de los esperados, entre ellos a un amable hombre de mediana edad que, después de comprar los dos ejemplares de mis libros se identificó con lo que me pareció un claro "Claudio"... y que no era otro que el bueno de Braulio, que había decidido pasarse, comprarlos y cambiarme su firma de clara caligrafía por un borrón con el que, una vez resuelto el malentendido, hubo de enmendar mi estupidez. Eso sí, creo que con ese breve encuentro se lleva una impresión bastante acertada de mí, que solo le queda completar con mis libros y, si sigue estando dispuesto, en futuros encuentros, a ser posible, sin bolis de por medio.

Esta anécdota no deja de ser una excusa para hacer algo que ya iba tocando: traer a este blog algún poema de Cuarentena. Más que la ocasión, un poco ridícula, el libro, muy bueno, lo merece:


HAS SOÑADO TANTAS VECES CON EL MUNDO

...Estuve
donde es difícil imaginar haber estado.
No se puede vivir sin emoción.
Justo Navarro.

No supiste volar, oficinista,
aunque crecieran dos alas en tu sueño
que eran flores amargas.

Querías cruzar el mundo con el hambre
de un amante que busca el infinito
en la piel de ese cuerpo que desea.
Pensabas: 
ahí aguarda la vida.

La fiebre y la emoción.
Y sin embargo
              el rumbo fue el opuesto:
nunca oíste las lluvias torrenciales,
no te diste a probar el fruto exótico,
por ti las cataratas 
                    no libraron su furia.

Te quedaste, enfermo de migraña a quien la luz golpe
en una habitación levantada en la sombra.

Pero un refugio a veces es una ortiga.

Antes de que te hiera la nostalgia 
de lo que no conoces
di que serás también de las antípodas.

Búscate tu propio firmamento.
Como un ciprés,
un hombre ha de aspirar a lo sublime.


Y TODO HA DE INUNDARSE

Cuando apagues la vela
y empiecen los cuarenta
pídete este deseo:
vivir contra la noche
en la intemperie, 
donde acaba el jardín de la prudencia,
en estado de gracia, con coraje,
en litigio continuo
o en un amor perpetuo con las cosas.
Quemándote, sí, no te acobardes:
la mesura es un cerco
y tú has sido hasta ahora un hombre a medias,
un corazón vendado y constreñido
como un idioma apenas susurrado.

Así, ardiendo en plenitud, infiel y sin aliento,
igual que a un sublevado los demonios le hablan,
hazte tú con la piedra que derribe a los dóciles,
conviértete en relámpago o espada
que imprima luz y acero a esta edad nueva.

Para el futuro,
suelta el lastre de antiguas ataduras
y eleva la mirada al horizonte:
es la edad de los hombres sin temor a exhibirse,
el tiempo en que los diques consumen su paciencia
                         y todo ha de inundarse.


CARPE DIEM 

A menudo ha irrumpido en tu memoria
ese campo al que escapabais los domingos,
ese campo
con un altivo eucalipto como guarda,
un caserón que jugaba con el eco
y unos perros que siempre tenían hambre.

Allí tu padre os mostraba con orgullo
la última variedad de algun naranjo
que habían incorporado aquellas tierras.
Recuerdas con qué emoción pelaba aquella fruta
y os daba a probar su carne dulce,
recuerdas
que aunque pusierais cuidado en el empeño
el zumo os cubría la mandíbula.

A menudo te viene aquella imagen
y te preguntas
si tu padre, que no pudo jubilarse,
que renunció a sus sueños por vosotros,
sabía que esa naranja, esa simple naranja,
era en su pequeñez la plenitud,
era toda la verdad que escondía el mundo.

Quizá
esa sea la lección que te trae el viento:
que en vez de fantasear con el futuro
hay que tomar la carne dulce, el jugo,
               del momento en que vives.

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