ARREBATOS ALÍRICOS

Me fui sobreviviendo como pude

(José Luis Piquero)


domingo, 15 de enero de 2017

La "riseza" como analgésico: entrevista a Gonzalo Hidalgo Bayal

Celebro el anuncio del Premio San Fulgencio 2018 con esta charla que mantuve con GHB para la revista Periplo hace ya, Dios santo, 5 años.


Por cierto, aprovecho para congratularme de que, con posterioridad a este artículo y esta entrevista, El cerco oblicuo fuera reeditada: merece la pena.

EL LABERINTO ES, SIN DUDA, LA PATRIA DE LOS INDECISOS

Los mismos dioses que encadenaron a Prometeo, afligieron a Tántalo o castigaron a Sísifo, han urdido nuestra penitencia, se entretienen con nuestra fatiga espiral, matan el tiempo muerto del Olimpo obligándonos a recorrer una y otra vez el azaroso trayecto que va del laberinto al treinta, del treinta al laberinto. 
(Hidalgo Bayal, 1993: 137)


En los últimos años, se ha producido una reivindicación de la obra y la figura de Gonzalo Hidalgo Bayal que ha tenido su eco en la crítica, casi unánime, y en el público, ligeramente superior, de una obra que en los últimos tiempos se etiqueta casi inevitablemente como “rescatada”, anteriormente como “oculta” y que siempre ha de ser tenida como independiente y admirable. Y es que, desde que el prestigioso crítico literario Rafael Conte saludara su Paradoja del interventor en 2004 con estas palabras: “he aquí la novela española más importante que he podido leer en los últimos años, no sé si diez o quizá veinte” (Conte, 2004), a Gonzalo Hidalgo le ha acompañado el sambenito de genio voluntariamente minoritario o profeta satisfactoriamente aislado, igual que a su maestro Ferlosio le han flanqueado desde siempre los epítetos de genio estrafalario o misántropo predicador de vacíos, olvidándose a veces que ambos son, ante todo, dos animales literarios poco interesados en camadas literarias o faunas editoriales.


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En el presente artículo nos centraremos en la novela El cerco oblicuo por un doble motivo: promover el salvamento de una obra que quizás aún se encuentre entre los “restos del naufragio” anterior al rescate oficial, y analizar la importancia que los números tienen en la interpretación del mundo y de la forma de vivir del personaje principal. Y es que El cerco oblicuo es una novela filológica y matemática. Filológica porque se desencadena a partir de un error (una mujer acude a la agencia inmobiliaria donde trabaja el protagonista preguntando por un piso “concéntrico”) y se vertebra en torno al juego de palabras surgido de una campaña de seguridad vial (“vivir es volver”, tomado no como aviso precavido sino como axioma filosófico). Matemática porque, para sustentar su endeble argumento, Hidalgo Bayal, igual que hiciera con su primera obra, decide utilizar un narrador en primera persona, desdichado, sentimental y solo armado de su “riseza” (ironía triste) y de una afición por la geometría que le lleva a interpretar la ciudad como un laberinto simétrico y el destino como un juego de azar demasiado similar a un burdo juego de mesa:
Trabajaba a la sazón en una agencia inmobiliaria y rumiaba con apasionamiento una singular teoría del triángulo, entresacada de algún pasaje cartesiano, que aplicaba por igual al laberinto urbano, a los entresijos del conocimiento o al desarrollo y desenlace de un negocio, una competición, un amorío (Hidalgo Bayal 1993: 7).
La novela se vertebra sobre una cita de Spinoza que se repite en loop: aparece literalmente al inicio y al final de la novela, pero está presente, realmente, de forma constante y machacona, a lo largo de toda la trama, a saber: “El hombre experimenta ante la imagen de una cosa pasada o futura la misma afección de gozo o de tristeza que ante la imagen de una cosa presente”. De este modo, Severo Llotas es un hombre atormentado tanto por su pasado (en su juventud fue reprimido por su militancia contra la dictadura franquista) como por su presente, tan vacío que ha de buscar un sentido en el complejo sistema geométrico con el que simula encarar su existencia:
Cada mañana, pues, en sosiego, conjugando la psicología del espacio con la filosofía de la extensión, y ello, pese a todo, con innegable concentración racionalista, me desplazaba, a pie, desde el número 56 de la calle San Bernardo, donde vivía, hasta el 24 de la calle Jacometrezo, domicilio social de la agencia (Hidalgo Bayal 1993: 7)
O bien con el cálculo de probabilidades que concede para el éxito de su azar amoroso:
Resolví, pues, alejarme de oportunidades y dediqué más de una hora a delinear El Corte Inglés con el rigor indiscutible que proporcionaban las deducciones sucesivas de la lógica geométrica: o sigue aquí (PI1) o no sigue aquí (PI2), si PI1, en planta femenina (p1) o en planta no femenina (q1), si PI1, p1, en planta juvenil (p2) o en planta no juvenil (q2), si PI1, p1, p2, en la sección de ropa (p3) o en la sección de cosmética (q3), si PI1, p1, p2, p3, en costura asexuada (p4) o en costura superior (q4)… (Hidalgo Bayal 1993: 41).

Sin embargo, y esta es su mayor desdicha, se sabe ya condenado, pues no obvia que, de seguir el rumbo establecido, seguiría siendo desdichado, pero, y esto es lo peor, tampoco olvida que, en caso de cambiarlo, tras el pasajero momento de dicha por la novedad, volverá a encontrar simplemente desengaño y derrota, repetición y decepción. Por tanto, Severo Llotas es un ser abatido simultáneamente por el pasado sufrido y por el futuro en su doble vertiente: el que seguramente habrá de padecer y también el que probablemente no alcance, ambos, en definitiva, resortes de su aflicción y metas de su angustia:
si bajo de nuevo al supermercado, Gloria recobrará funciones de aditivo, leche o hielo para mi perdurable solitud, anís o azúcar para la oscuridad del túnel que amenaza (…) porque un sábado u otro, sin posibilidad alguna de evitarlo, surgirán las palabras, nos diremos los nombres, (…) iremos al cine, naufragaremos en la rutina y nada nuevo en absoluto nos acontecerá, más bien seremos el sujeto paciente de un único existir indefinido que sucederá implacable y sin interrupción, porque todo el porvenir es treinta, porque todas las veces que, en lo sucesivo, vea a Gloria, (…) todos los años de compañía que la vida nos depare, (…) no serán sino la prolongación vacía e inocua de un desencantado “siempre igual” (Hidalgo Bayal, 1993: 156-157).
Si bien la síntesis se condensa en una sola frase: “vivir es volver”, sobre la que se insiste y, por supuesto, se vuelve al final. Por consiguiente, podríamos hablar de que estamos ante una novela palindrómica por varios aspectos: concluye igual que comienza, releerla supone repasar el círculo (o cerco) de la desdicha geométrica y, además, está aderezada por abundantes títulos de obras de este tipo de un personaje secundario que se torna principal, Saúl Olúas (entre ellos: Salobres se van sus naves sérbolas, Allí verás a Revilla, Nada oyó Adán, Amo cada coma, Yo soy, Eres o no seré…).

Según David Lodge, “hay tres clases de historia, la historia que termina felizmente, la que termina infelizmente, y la historia que termina ni feliz ni infelizmente, es decir, en otras palabras, que no termina realmente en absoluto” (Lodge, 1998: 359) . El cerco oblicuo, como realmente no narra, y está fuera de las leyes espacio-temporales, obviamente tampoco finaliza, sino que acaba por diluirse en torno a una evidencia repetida: es lo que Fernández Porta define como el factor techno (FERNÁNDEZ PORTA, Eloy: 2008) en las prácticas artísticas, que consiste en denegar el desarrollo por medio de la reiteración, en este caso la reincidencia en la evidencia de la persistencia de la infelicidad por más analgésico matemático, geométrico o filológico que se busque:
Pero, si por el contrario, decido no bajar y dejo que Gloria se consuma, nunca me abandonará la pesadumbre de haber rechazado un porvenir que los dioses fabricaron. Mi decisión será, sin duda, su venganza: ignorar para siempre la multiplicación del treinta. Me convertiré en un habitante del hastío, un compositor de geometrías de otoño (…). Tres Catorce Dieciséis impenitente, dibujaré fantasmas: abscisas, elipses, órbitas. Escenificaré un axioma de paralelas insolubles. Seré el protagonista derrumbado de una certeza metafísica: que a la perfección del triángulo se impone la magnitud del ángulo, así como a la magnitud del ángulo se impone imperiosamente la prolongación infinita y solitaria de la línea, una línea, por lo demás, que va trazando su leve surco irreversible sobre la superficie estrecha de una cinta de Möbius
(Hidalgo Bayal 1993: 157).

En definitiva, como asevera José Luis Pardo (2007: 347), no puede haber un final o un desenlace, porque el final y el desenlace de las ficciones presuponen una realidad exterior a ellas. Por el contrario, El cerco oblicuo se sostiene intrínsecamente en su propio universo, geométrico y matemático pero, ante todo, literario, fuera de reglas o normas exteriores, sujeta solo a una ecuación simple: el laberinto es, sin duda, la patria de los indecisos:
Termino, pues, sin conclusión alguna, este ejercicio en el que lo pasado y lo porvenir conjugan una siniestra variación. Una proposición filosófica (cuya demostración, como bien se sabe, es, more geométrico, de un rigor ejemplar) me lastima y abruma: “El hombre experimenta ante la imagen de una cosa pasada o futura la misma afección de gozo o de tristeza que ante la imagen de una cosa presente”
(Hidalgo Bayal 1993: 157-158).
BIBLIOGRAFÍA:

CONTE, Rafael. “Crónica de la degradación”. El País, 03/07/2004.

HIDALGO BAYAL, Gonzalo. El cerco oblicuo. Madrid, Calambur, 1993.

HIDALGO BAYAL, Gonzalo. El desierto de Takla Makán (lecturas de Ferlosio). Mérida: Editora Regional de Extremadura, 2007.

LODGE, David. Intercambios. Barcelona, Ficciones, 1998.

PARDO, José Luis. Esto no es música. Introducción al malestar en la cultura de masas. Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2007.

FERNÁNDEZ PORTA, Eloy, Homo Sampler. Tiempo y consumo en la era Afterpop, Barcelona, Anagrama, 2008

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